Miguel Febles Ramírez y Enrique De Luis Bravo | BiDueño

Para entender la importancia de lo que queremos contar, el lector se debe situar en otro momento de la historia de Tenerife, en el que producimos y exportamos los vinos más demandados en Inglaterra y los mercados en auge de las trece colonias americanas. Desde principio del siglo XVI y durante un periodo de algo más de 200 años, nuestro vinos, primero el malvasía y posteriormente los conocidos como vidueños, fueron los responsables del desarrollo económico, territorial y social de esta isla.

Ahora se tiene que imaginar la Isla-Montaña en la que vivimos, cuyo carácter volcánico y sus marcadas pendientes se traducen en escaso suelo útil para la agricultura. Y es en estas condiciones donde los agricultores responsables de producir la materia prima que servía como base para los vinos tan adorados por Shakespeare tenían que recurrir a la imaginación y a la inteligencia, alimentada por la observación de la naturaleza, para completar su dieta y, en definitiva, la subsistencia de sus familias, con otros cultivos, como la conocida papa.

El cultivo de la vid, en concreto de la variedad malvasía, exigía dejar varas (entiéndase ramas) largas con yemas suficientes para una buena fructificación y, al mismo tiempo, un número amplio de hojas que captará la máxima cantidad de energía solar posible y así pudiera dar el fruto en la cantidad y calidad demandada. Esto obligaba a ocupar una gran superficie de terreno para poder cubrir las necesidades de un mercado ávido del jugo de la uva.

Es en el Valle de La Orotava donde dieron con una imaginativa solución: entrelazando los sarmientos de la viña y manteniéndolos separados del suelo consiguieron diseñar una forma de cultivo móvil que se extiende a lo largo del terreno cuando es necesario pero que se puede recoger y retirar en otros momentos del año y dejar espacio para otros cultivos complementarios tan necesarios. Deben visualizar plantas en contacto con la tierra en un solo punto situado en el borde de las parcelas, suspendidas sobre el suelo a una altura de 60 centímetros por palos de madera y con una longitud superior a 10 metros; todo un espectáculo que requería una gran labor manual, artesana, para trenzar sus sarmientos así como el resto de labores asociadas.

Este singular manejo del cultivo, que los entendidos han llamado Cordón Múltiple, o Cordón Trenzado hacía de la agricultura del Valle una forma de producción agraria que dibujó un paisaje singular en la isla y de alto valor estético. Todavía hoy, a pesar de no ser necesario del todo este tipo de técnicas ya que hemos desarrollado algunas más eficientes, si recorremos las medianías de los municipios de La Orotava y Los Realejos, podemos observar fincas que siguen manteniendo la viña de esta singular forma. Agricultores y bodegueros románticos que aman y preservan una técnica que ha sido parte de nuestra historia creando paisaje, deben ser reconocidos como protectores de este valor patrimonial que no debemos olvidar y, mientras las fuerzas nos acompañen, reivindicar su protección y promoción como labor artesana y constructora de nuestro amado territorio.