«Ya viene —le digo—. Emerge la frente fruncida y luego le giro la cabeza para aparecer ante mí, una vez más, la forma milagrosa de un rostro humano…»
M.T. Díaz de la Cruz
Matrona
Al atravesar la puerta del paritorio oigo los sonidos que emergen de las salas. Son los habituales de los dolores de parto. Aligero el paso y pienso: “mi compañero estará deseando irse a descansar después de una noche toledana”. Me miro al espejo mientras me abrocho el uniforme y examino mi rostro apagado por el paso del tiempo, «treinta y ocho años de profesión y todavía me apasiona mi trabajo”.
Sigo con paso ligero hacia el control. Hoy vas a tener una guardia calentita —me dice mi compañero con una sonrisa—. Al fondo, el bullicio procedente del office. Los ginecólogos toman café y comentan un caso clínico antes de dirigirse a sus respectivos puestos de trabajo. Mientras, entre los dos vemos las historias clínicas de las mujeres ingresadas y me resume brevemente cada uno de los casos.
No sé por qué extraña razón, a menudo las embarazadas deciden que durante el cambio de turno es el mejor momento para traer su retoño al mundo después de una larga noche.
¿Será la salida del sol lo que las estimula?, me pregunto. De camino a la sala de partos oigo ese grito inequívoco que te avisa de que “ya está aquí”. Mi compañero sigue mis pasos ligeros y me presenta a la señora.
Se llama Carmen —me dice—, está cansada por la larga noche, pero animada porque ve la luz al final de tanto esfuerzo y contenta porque ha conseguido tener un parto sin epidural. Se siente muy fuerte a pesar de la mala noche. La compañera auxiliar la tiene colocada para el expulsivo. De pronto el fragmento circular de la cabeza aparece cada vez que empuja, y va creciendo desde una moneda de un euro hasta el tamaño de un pomelo. ¡Ya viene! —le digo—. Emerge la frente fruncida y luego le giro la cabeza para aparecer ante mí, una vez más, la forma milagrosa de un rostro humano. Azulado e inmóvil en los primeros segundos, recibe masajes de mis manos y el contacto del aire que experimenta por primera vez. El bebé llena sus pulmones de aire y abriendo la boca da a conocer su presencia.
¿Está bien? —pregunta la madre—. Si, es un niño y está bien —le respondo—. Una vez más, esa es siempre la primera pregunta.
En ese momento me viene el recuerdo de mis inicios como comadrona cuando la primera pregunta era ¿qué es..?, o nos anticipábamos diciéndole a la madre: ¡es un niño!, ¡es una niña!… el júbilo era mayor cuando tenían varios niños y llegaba la niña tan esperada o al contrario, o en caso de que se repitiera el sexo, la frase era: ¡Está sano, y eso es lo que importa!.
Después de este parto, nos dedicamos a valorar los tres ingresos de esta noche.
Carmen, que ahora se encuentra en el puerperio dándole el pecho a su hijo ( ya es una experta pues a su otro hijo le dio durante 16 meses), las dos futuras mamás, Cristina y Esther, que las mando a la planta de maternidad, después de ser valoradas y haber charlado con ellas un rato; están empezando a experimentar los primeros dolores de parto y es importante que paseen por los pasillos para que la fuerza de la gravedad coopere en el proceso.
Casi sin darme cuenta ya es media mañana. Acabamos de mandar a Carmen a la Sala de Maternidad, después de comprobar que ella y su niño están perfectamente.
Nos merecemos un café —les digo a mis compañeros—. En el office nos reunimos con el ginecólogo de guardia, la matrona de consulta y la auxiliar y charlamos animadamente, hasta que suena el teléfono; es de consulta. Nos mandan una señora de 31 semanas con amenaza de parto prematuro. Se llama Elena y efectivamente tiene contracciones.
Rápidamente empiezo con el protocolo para frenar el proceso del parto prematuro, mientras el doctor inicia el trámite para su traslado inminente al Hospital Universitario de Tenerife. Queremos evitar que el niño nazca aquí: aún es muy pequeño y nuestra unidad de neonatos no está bien equipada para estos casos.
Durante todo este ajetreo, nos llaman además de urgencias para avisarnos que viene una ambulancia de camino con una mujer de parto que espera su tercer hijo. Normalmente una sola comadrona puede ocuparse de la sala entera, pero hoy he tenido que recurrir a mi compañera de consulta, que por casualidad ya había terminado.
La señora parturienta llega muy nerviosa y en ese mismo instante le da un espasmo muy doloroso. De no haberla sujetado se hubiera caído al suelo. La ayudamos a mantenerse en pie mientras le decimos que lo peor ya ha pasado y que está en buenas manos. “Respira hondo”, “tranquila” —le iba diciendo María— y poco a poco se fue relajando, haciendo más lenta su respiración mientras la acomodamos en la sala de dilatación.
¡Ya estás de nueve Virginia! —le digo tras explorarla—. María, se hace cargo de ella porque ya estaba entrando en fase de empujar. Todo fue rápido que no hubo tiempo de pasarla a la sala de parto y tuvo que ser asistida en la propia cama… El bebé emite un prolongado y fuerte llanto, rojo de pies a cabeza por el esfuerzo de llenar los pulmones de aire. Es una niña preciosa, con la cabeza perfectamente formada y una brillante cabellera negra y espesa, lo suficientemente larga como para cubrirle la nuca. Es una niña perfecta.
María y yo nos encontramos en el control, donde pasamos todos los datos a la historia clínica.
¡Buen trabajo María!, has hecho que Virginia se sienta segura y esa es la clave de una buena comadrona, todo lo demás es pura mecánica. Pero, no permitas jamás que de situaciones típicas llegues a pensar que nada inusual puede ocurrir, porque las auténticas complicaciones se presentan cuando uno menos se las espera.
En este mismo instante, nos interrumpe el sonido del motor del helicóptero sobrevolando el hospital. Ya están aquí para llevarse a Elena a Tenerife.
Vamos con Elena que está muy nerviosa. Nunca ha volado en helicóptero y se siente muy intranquila. Son demasiados acontecimientos en poco tiempo. Llegan los compañeros del 112 y los conoce. Tienen mucha experiencia y la van tranquilizando y eso hace que su nivel de ansiedad disminuya. La acompañamos hasta la puerta y nos despedimos de ella y su marido con una sonrisa. Todo saldrá bien —les decimos—.
Y pienso..: 25 años atrás no se hacían traslados a Tenerife, los bebés prematuros nacían aquí …salían adelante con pocos recursos: calor, oxígeno, alimentación por gravedad,…y lo más impresionante era ver cómo aquellos niños luchaban por salir adelante. Si, ¡unos auténticos héroes..!. ¿Cómo no íbamos a luchar nosotros?. ¡Me acuerdo de tantos compañeros y compañeras que ya no están! Ginecólogos, pediatras, anestesistas, enfermeras, matronas… que robándole horas a su descanso y a su tiempo en familia permanecían al pie del cañón. ¡Excelentes profesionales de la obstetricia palmera!.
Ya está la tarde avanzada y nos vienen a visitar futuras mamás. Algunas con sus parejas, otras solas, pero todas acompañadas por la matrona de primaria. Vienen a conocer el lugar donde traerán al mundo a sus hijos. Soy presentada junto a mis compañeros, y la expresión de sus rostros refleja una mezcla de curiosidad, emoción y alarma. Todos los vestigios de tensión empiezan a desaparecer al escuchar los detalles técnicos, intentando encontrar las palabras adecuadas para informar y transmitir. Siempre preguntan por la cesárea y se les explica que ésta debería reservarse como última opción. Finaliza la visita.
Al momento de entrar mi compañero a relevarme el turno llaman de la planta, me dicen que Cristina tiene más dolores y la van a mandar al paritorio. Me despido de él deseándole una buena guardia.
Me quito el uniforme y observo en él las huellas de un día ajetreado. Sonrío. Me visto, y al mirarme al espejo recuerdo que hace treinta y ocho años me preguntaban: ¿Seguro que eres comadrona?… ¡era tan joven!.. ¡de eso hace tanto ya!…. ¡cómo ha pasado el tiempo!… ¡Pero aún no me canso de mi profesión!