La masonería, que según el diccionario enciclopédico masón es una asociación universal, filantrópica y progresista, que procura inculcar en sus adeptos el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y las artes, la tolerancia religiosa, los deberes de la familia y que tiende a extinguir los odios de razas, los antagonismos de racionalidad, de opiniones, de creencias y de intereses, se introdujo en España a principios del siglo XVIII.
Las primeras logias que se establecieron en nuestro país vinieron de la mano de los ingleses, quienes fundaron talleres masónicos bajo registro londinense.
Y desde un principio se convirtieron en un peligro para el régimen absolutista y para la Iglesia Católica, provocando su prohibición en la casi totalidad de los países europeos, dado que su racionalidad y libertad chocaban contra la fe y la autoridad.
La Iglesia condenó por primera vez a la masonería con la bula promulgada por Clemente XII en 1738, celebrándose en Puerto de la Cruz el primer proceso contra un individuo acusado de francmasón tras el dictamen papal. Fue en marzo de 1739 cuando el inquisidor de la Villa y Puerto de la Orotava acusó al irlandés Alejandro French, miembro de la Royal Exchange Lodge de Boston de ser masón.
Y a pesar de que, con la llegada de José Bonaparte, la masonería se introduce en España de una forma más organizada, convirtiéndose el propio monarca en el Gran Maestre de la masonería española, no sería hasta después de la revolución de 1868 cuando se introduce firmemente y gracias sobre todo a la fundación del Gran Oriente Nacional de España y la implantación del Grande Oriente Lusitano Unido, que conseguiría establecer unas 83 logias en nuestro país, entre las cuales cabe citar a la orotavense Taoro y a la portuense Esperanza de Orotava.
Pero si bien por estos años el estado liberal aceptaba la masonería, la Iglesia la seguía prohibiendo, con lo que se produjeron muchos hechos lamentables y tristes de intolerancia religiosa que, por ejemplo, originaron la construcción en la Villa de La Orotava de los jardines de la marquesa de la Quinta Roja, con su mausoleo funerario que no solo pretendía servir como última morada de la familia tras sus fallecimientos, sino también de un símbolo frente a la intolerancia religiosa.